Duchamp y sus fetiches

Una exposición, la primera sobre Duchamp y el fetichismo, facilita ver de cerca, en una galería parisina, las varias y consecutivas insolencias con las que aquel artista que no quiso serlo y no obstante, quizás por esta razón, ocasionó la primera reflexión actual sobre el estatuto de artista y el rango de las visualizaciones, cuestionó el mercado, sin evitar la paradoja de su propia y alta cotización, antes y luego de muerto.

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El urinario mil ocasiones exhibido, un botellero de hierro con puntas erizadas, Mona Lisa con bigote o la misma Gioconda pero afeitada (y llamada L.H.O.O.Q, en 1965; referencia fonética en francés a un incendio genital) fueron más allá de las ilusiones de Marcel Duchamp, su creador a reculones. Cuando con el botellero lanzó sus ready made (“obra de arte sin artista”, los va a definir en 1963) fue porque tomo la decisión de “sabotear el estatuto de artista (el de el propio) y el predominio de la estética”. Bastante más de un siglo ha transcurrido desde aquel botellero comprado en 1914 en un enorme comercio y exhibido como és, pero en tanto que obra, sin que el tiempo les quite su aura a esas producciones de Duchamp que sobrevivieron al artista y viven con o sin su apellido.

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